martes, 16 de febrero de 2016

ADVERTENCIA I


Me gustaría comenzar por aclarar que la forma de construir conocimiento no descansa solo en la descripción (¿exhaustiva?, ¿pormenorizada?, ¿minimalista?) de un objeto, en todo caso, podemos decir que comienza con ella, pero, de ningún modo, puede reducirse a ella o, lo que es lo mismo, depender de los hallazgos que se realizaron durante la indagación o evaluación [1] del objeto.
    La aclaración es válida, porque en este BLOG me dedicaré a escribir y reflexionar sobre los videojuegos, como mencioné en otra oportunidad, desde un punto de vista analítico, y propondré algunas aproximaciones para interpretar su quehacer o incumbencia (¿cómo se produce?, ¿cómo circula o se difunde?, y ¿cómo se lo consume o recepciona?, nos diría Roland Barthes [2]) y, eventualmente, también, arribaré a alguna conclusión para acercar la dimensión de su fenómeno al elusivo terreno de la interpretación, que es siempre subjetiva.
    Para esta ocasión vale también aclarar que no creo que exista una forma de conocimiento objetiva, pese a los furtivos intentos de la ciencia (y del discurso positivista que la acompañó a lo largo de toda su historia) en demostrar que esto sí es posible. En otras palabras, no me considero un heredero del ILUMINISMO o del SIGLO DE LAS LUCES, ni creo que el imperio de la razón haya sido capaz de explicarlo todo, tal vez sí deformarlo todo con su injerencia en el desarrollo del principio de utilidad y la configuración de un mundo cada vez más frío y deshumanizado. De todos modos, no es mi intensión detenerme en la detracción de posturas filosóficas que granjearon o dificultaron el asentamiento de la impronta científica, sino simplemente recalcar algo que muchos, muchos años atrás se le ocurrió proponer a un filósofo alemán: Friedrich Nietzsche.
    Para Nietzsche, al menos para el Nietzsche de ASÍ HABLÓ ZARATUSTRA, el concepto (que es a lo que intenta arribar la ciencia en cada uno de sus descubrimientos, como si el concepto fuera inherente al objeto y no una nomenclatura que lo describe o especifica) congela y detiene la fuerza del pensamiento. Durante siglos, según Nietzsche, los filósofos se dedicaron a interrumpir el curso natural del pensamiento con sus conceptualizaciones. Por esto motivo, agrega, que el verdadero pensamiento se acerca a la espontaneidad que radica en una imagen y no en el concepto que se puede elaborar luego de contemplarla. Y el libro mencionado, de hecho, está repleto de imágenes y, en consecuencia, es una constatación de cómo las imágenes y su filtración a través del lenguaje poético (el mismo que impostaba Platón en su REPÚBLICA), pueden generar conocimiento.
    La apelación a Nietzsche no es casual, porque el objeto que propuse dialoga todo el tiempo a través de la imagen. En otras palabras, la imagen es el lenguaje al que apelan los videojuegos para construir su narrativa y, por ende, su indagación debe realizarse repensando a la imagen como una nueva forma pensar o comunicar cosas. Es cierto, no obstante, que los videojuegos no son reductibles a la imagen, como tampoco lo son las artes cinéticas que lo prefiguran: la historieta y el cine; pero, no es menos cierto que su enunciación se apoya en la imagen y que se delega a ésta gran parte (sino la mayor) de los significantes que hallamos dispersos alrededor de los textos que conforman.
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[1] No es lo mismo indagar que evaluar, pues indagar supone crear conocimiento a partir de la reflexión que se realiza sobre aquello que se busca aprehender o se ha vuelto objeto de nuestra aprehensión. En cambio, evaluar es equiparable a valorar algo, como si lo pesáramos en una balanza para determinar su utilidad o las probabilidades de que se pueda obtener algo de valor con su intercambio. Para un investigador esto es clave, porque debe saber evaluar el valor de sus hallazgos o si tales hallazgos pueden considerarse, en efecto, como hallazgos. Es decir, un investigador debe mensurar el peso de las decisiones que toma sobre el objeto que estudia y, cuando más lo describe, ajustarse a parámetros que permitan datar cada una de sus observaciones con la mayor precisión que sea posible, de manera que no se pierda nada en la indagación del objeto, o se lo sature agregándole algo impropio para lo que propone el objeto.
[2] Me refiero al Roland Barthes postestructural, y para ser más concreto, al Roland Barthes que nos habla desde su LECCIÓN INAUGURAL, acaso, un apéndice de EL PLACER DEL TEXTO.

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